DANIEL LIND: DE PIE. Exposición en el Museo Las Américas. Segundo piso, Ballajá. Viejo San Juan, San Juan, Puerto Rico.
Cuando yo y los muchachos de la ambulancia llegamos a la galería, allí estaba Lind presente para dirigir a los visitantes. Una vez recorrimos el salón, el artista nos invitó a otro anexo, donde se encontraba un cuadro y otro de los ensamblajes de título ‘Piñones’, que como los demás del salón principal, velaba el entorno cuan si soldado austero y celoso. Éstos permanecían allí guardados porque no hubo espacio suficiente para colocarlos en la exposición. Lind nos brindó un breve y sustancioso relato sobre el trasfondo de su obra. Explicando sus lienzos dibujados y sus ensamblajes pudimos (al menos, yo) interiorizarnos más en su obra, porque una cosa es la embriaguez por lo lírico y otra es sentir la belleza en el tuétano del pecho, que en suma, hacen de la experiencia una más abarcadora, avasallante y profunda. ¡Allí estaban esos inmensos lienzos blancos donde sus figuras, de gráciles líneas en carbón ondulaban, de un dibujo honesto, de cuerpos magníficos, en guerra, enmascarados, con machetes alzados, con cañones del Morro apuntalando, con ondas, en algarabía sonora, enfrentando las máquinas sanguinarias, frías y rectilíneas del hombre blanco chispoteando odio y destrucción, del extranjero invasor, depredadores de lo propio y alcahuetes de los intereses ajenos, empecinados asesinos del mundo! Allí estaban todos, mientras más me aferraba yo a mi maldita silla de ruedas, el fuego del sagrario invadiendo mis entrañas, la Gran Vejigante en el centro de la composición y en otras, acechada por el enemigo, dividiendo el Espacio a derecha y a izquierda en una composición totalmente céntrica. Los orichas: Changó, Obatalá, Yemayá, Orúnla, Eleguá, Oyá, Oshún, Obá, Babalú, Ochosi, Osaín, Orisha-Oko defendiendo lo pertinente. Los Jimaguas y un ejército de egungunes listos al sacrificio por la Tierra, achicharrando al ejército enemigo y a sus lacayos, y desde las cuatro esquinas del Universo escupían fuego sacro por sus bocas, y la venganza de los animales y las plantas, y la voz temblorosa del invisible Olorun radiaba hasta el techo de vigas expandiendo las paredes. ¡Todos estaban presentes y prestos a la decisión final, y mi corazón retumbaba como cuero de chivo estirado en una conga! Sí, allí estaba todo y mi cabeza seguía dando vueltas mientras el artista explicaba: La invasión inglesa del 1797, la invasión yanqui del 1898, la pusilanimidad de aquellos ‘macanudos’ panzones de bigotes de manubrio y leontina, la matanza en la UPR en el 1935, el ajusticiamiento del Coronel Riggs en el 1936, la Masacre de Ponce de 1937, la Revolución del 1950, la mentira disfrazada del 1952, y siga por ahí, el asesinato impune de doña Adolfina Villanueva por la Administración de Hernández Colón en el 1980, y tantas otras desgracias que aquí no hay espacio para describir. El campo de batalla está marcado, es una ‘Costa Serena’ a lo largo de todo el territorio nacional. Sí, allí estaba todo descrito, como una confrontación que no parece acabar nunca, mientras el espíritu del ashé se recreaba con todos los poderes del Universo, inundando toda aquella guerra santa, conectando a todos los seres, las pantas y las cosas con su energía para evitar el desmadre final, la locura rampante, el suicidio colectivo de esta bendita patria nuestra, Puerto Rico.
… Soy un hombre primitivo a quien, si se le esculca el alma, comienza a llorar. Una buena exposición de arte es aquella de la cual uno no sale igual de como entró.
Thurdmon Capote ©2013